Constantemente estamos utilizando estas expresiones: no hay conexión, ahora estoy conectado, no me conecto… ¿Cuál es la clave para conectarme? ¿Dónde hay conexión? Está claro para todos que nos referimos a Internet. ¿Y por qué tanto interés?
Es curioso el interés que ponemos para poder conectarnos, y es comprensible, ya que, en el momento en que hay conexión, la energía fluye y con ella los datos fluyen. Entramos en una autopista de información que nos da la posibilidad de acceder a un mundo de recursos y experiencias, aunque éstas sean virtuales.
Nuestra atención está enfocada en conseguir esa conexión estemos donde estemos. Hay una parte de nuestra atención que busca constantemente esa conexión. Y cuando no la tenemos es como si nos faltara algo.
Se está convirtiendo en una especie de adicción. Cuando podemos conectar es como si algo nuevo nos estuviera esperando, se produce la sensación de sorpresa, de novedad, de encontrar algo curioso, nuevo, especial, y esta experiencia, de alguna manera genera en nuestro cerebro sustancias como la dopamina, que nos produce una especie de sensación de felicidad temporal.
La realidad es que con el tiempo vamos perdiendo nuestra capacidad de concentración y aumentamos la distracción y la dispersión mental. En lugar de ser creativos, nos convertimos en consumidores de la creatividad de otros. Es como si estuviéramos conectando con la expansión, con un mundo infinito, en el que si no tenemos disciplina podemos acabar perdiéndonos. Nuestro tiempo se acaba ocupando en responder las necesidades y peticiones de otros o nos perdemos en la información o productos que otros nos ofrecen.
Y, ¿qué pasaría si, en lugar de estar buscando esa conexión fuera, la buscáramos dentro? Si, en lugar de conectarnos con Inter-net nos conectáramos con Inter-Ser?